jueves, 28 de junio de 2018

Cabaña de ensueño

En varias oportunidades he soñado con una cabaña. Esta cerca de la playa, al parecer el litoral central. Se aparece a mano derecha tras doblar a la izquierda por un pasaje de tierra, desde aquellas calles que conectan la autopista con la playa, está en medio de otras dos cabañas de similares características, deja una terraplenada para aparcar un vehículo, cuya nariz apunta a una ventana en lo que parece ser un segundo o quizás un tercer piso.
Es rústica, al menos por fuera. Para entrar después de bajar del auto hay que descender escalones que se contornean en zigzag en dos oportunidades para entregarte a un puente de madera con un par de metros de extensión. La casa con estructura de palafito está ceñida al menos 1 metro sobre el suelo en la parte que más se aleja del puente, y la puerta por donde entras tras terminar el puente debe estar a unos 20 centímetros.
Es de madera, añeja y gastada por el viento y la sal del mar. Tiene un par de ventanas grandes en su cara lateral, la que apuntan a otra cabaña. La puerta de entrada de color café intenso, aún bien conservada dado que solo los rayos del sol impactan en ella durante la mañana y el resto del día esconde su rostro al viento debido a que apunta hacia la cordillera. Una vez adentro veo un lugar no muy amplio, el techo es de viga abierta, pero apenas entras hay techo tradicional sobre ti, ya que las piezas están arriba. El resto, es decir el comedor y el living tienen amplio espacio hacia arriba. El suelo de madera antigua, cruje suavemente en algunos lados tras caminar, hay alfombras de color rojo bermellón que dan toques cálidos a pesar de que afuera está nublado y la brisa marina tiene ese toque algo más frío de lo habitual. La cocina es pequeña, suficiente espacio para que de a dos personas se pueda cocinar, está a mano izquierda a penas se entra a la casa. El living, tiene dos sofás cuyo color ahora no recuerdo bien. Lo más curioso son las piezas, en realidad la pieza . Solo son dos camas juntas y están sobre nuestras cabezas en la entrada. Para acceder a ella hay que subir por una escalera plana, como la típica de las películas gringas que están fuera de los departamentos para los casos de incendios, una vez arriba se ve algo lúgubre, entra poca luz al menos a medio día, ya que tiene una ventana que apunta hacia la cordillera, la que se veía desde el auto, y por el otro lado el gran ventanal que da hacia el mar entrega luz en el ocaso. No he soñado que estamos acostados, pero sé que la nuestra era la de la derecha. Tenía un cubrecamas azul, un azul templado casi pastel, con pequeños detalles de color lima, y no había velador, un poco extraño ahora que lo pienso.
El ventanal más grande del primer piso daba hacia el mar, al abrirlo quedaba una terraza pequeña que estaba a 1 metro de altura del suelo.  Podríamos habernos sentado a tomar café en la pequeña mesita que había, pero preferimos sentarnos con los pies colgando en el balcón, apoyabas tu cabeza en mi hombro y tú pequeña cintura estaba resguardada por mi brazo, tu café era dulce y el mío amargo. Era de noche, veíamos las estrellas y escuchábamos el ruido del mar. Estabas vestida con un chaleco negro, con cuello tortuga que acentuaba tu mentón, usabas unos aros grandes de color cobre y tu pelo algo más largo, tomado en un moño que mostraba un color más claro que el habitual, supongo que el sol lo habría decolorado.
Tu boca estaba tibia, tu nariz fría, mientras que mi corazón latía rápido cuando desperté.
Varias veces había soñado con esa cabaña, pero primera vez que la disfruto.

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