martes, 28 de noviembre de 2017

Per secula seculorum

Tras bordear el cerro, llego al resto de la playa, se encontró frente al ocaso que estaba allí para él. Brillante como siempre lo había soñado, ya no era una ilusión que desataba su mente en las noches tras pensar en la despedida. Ya no tenía que fingir sorpresa cuando una mariposa con alas de tristeza se posaba en su corazón, ahora podía dejar que caudales bajaran por sus ojos. 
Era él, un ser vivo. 
¿Era él? 

Intentó determinarse, buscó un lugar donde pudiera dejar sus recuerdos y sus anhelos con la intención de sembrarlos, para así encontrar en un futuro los frutos que sabía no podía conseguir por si mismo. Mas, entendió que el resto lo determinaba, o mejor dicho, que el determina su entorno y este lo determinaba a él. 
De ser así, ¿por qué no había llorado antes?. 
Habría podido dejar caer un brazo durante la semana, o perder la voz en un mes, pero no habría dejado que lloviese desde su mirada. 
Estaba ahogado en un pequeño vacío que el mismo había creado, que el mismo había determinado. Ahora, cuando la arena invadía sus pies, y sentía el frío viento que traía consigo el mar, descansó. 

Si bien, no es la primera vez que estaba viendo la puesta de sol en la playa, se sentía como una vez única, como si fuera la primera en la cual realmente apreciaba que estaba sucediendo. 
Así como mi padre entra y me mira escribiendo, perdemos momentos porque nos hemos determinado en un vacío, en una poca capacidad de compartir, de sentir.

Este año, elegí sentir. 

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