Caminaba, buscando una baya. La simpleza de este pequeño fruto lo llenaba de optimismo tanto a él y a su hermana. A medida que perdía de vista la cabaña y se internaba entre los troncos, sentía que algo iba emanando hacia el aire. Era la vida.
Rápido y sin tropiezos, corrió en dirección a su pequeño hogar, donde tan sólo su hermana reposaba. Abriendo la puerta de la habitación rompió con el silencio al ver a la Parca, acariciando la frente de quien era su única conexión a tierra.
- Aléjate, no es su hora - replicó con seguridad
- ¿Acaso eres tu quien sabe la hora? YO SOY LA VIDA Y LA MUERTE, yo domino tus temores y anhelos, soy el cambió entre la arena y el mar, yo hago la diferencia entre tu risa o tu llanto y tu mocoso insolente, ¿vienes a decirme que no es su hora? -
- Es que quizás... yo no estoy listo -
Ante la aflicción, el torpe niño lloró. Sintió el frío que la muerte deja a su paso y se sentó a los pies de la cama. Reflexionando si era o no el tiempo de su hermana.
Dolor, convertido ahora en laconismo.
Quejas, hechas ahora calma.
Tempestades duraderas, ahora vientos pasivos.
El amor quedará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario